Virgen y Madre, hermosa y dulce Hija de Sión, en ti Dios se complació pues encontró la disposición y la apertura del corazón, para que se realizase en ti el plan de salvación.
Bendita entre las mujeres, eres, Virgen y Madre, puesto que supiste darte a Dios por entero, cuando delante de ti se presentó aquel que en su nombre te decía que en la Eternidad ya Dios te conocía y te había consagrado, no para ser profeta, sino para ser en lo humano testigo, maestra y a la vez discípula del Verbo.
Tu entrega a Dios ni si quiera termino en la ascensión de Cristo al Cielo, sin que continuó, siendo solicita compañera de los discípulos que a la espera del Santo Espíritu a la expectativa quedaban de la promesa de Cristo antes de partir.
Tu mano y tu corazón de madre sostuvieron cuando necesario fue la fe de aquellos que en testigos iban a convertirse de la “Buena Noticia” que un día tu recibiste, la primera y que ahora sería para la humanidad entera.
Enséñanos madre a amar para siempre y toda la eternidad, como tú, que sin vacilar y ni balbucear dijiste a Dios: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”.
Amén.
Yerko Reyes Benavides.
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