María, "la Magdalena" te llamaban autores sagrados
para mencionarte, tu nombre no a gusto salia,
siempre en virtud del amado que,
en su amor "divino" perdonó tu corazón,
por demonios que a tu alma, atormentaban.
Fue de los sacros autores tu fama de pecadora.
¿Acaso no fue injustificadamente heredada?
O mejor, para no causar conmoción,
así la historia recordaría tu sumisión,
para no prendarse en la remisión
de un amor que de tu corazón a raudales
salía por tan ilustre Mesías, Redentor.
Lo cierto es que cuando te miro y contemplo,
mi corazón salta de emoción y de contento,
porque al fin encuentra un amor con que amar
sin pudor a un Dios hecho hombre que,
de caricias humanas también se hizo acreedor.
Tu mano en su pie,
tus lágrimas en su piel,
tus cabellos, tu mirada
sensual expresión del amor
no correspondido por hombre,
ahora en Dios encuentra su
su culmen, su éxtasis, su quicio;
y a él te entregas no en lujuria pero si,
en alma, corazón y vida.
Hermosa eres, mujer de Magdala,
tan hermosa que del Señor recibiste
el beso espiritual de su Resurrección.
Emocionada, incrédula, trémula,
corriste y te convertiste para siempre
en testigo del nuevo amanecer del amor
de un Señor que la tumba no contuvo y
a ti regalo su primicia de vida, porque así
como tú le amabas,
él a ti también te amaba.
Yerko Reyes Benavides
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