Dulce Muchacha de Nazaret, enseñanos el camino de vuelta al ser donde se encuetra tu Hijo Jesús, Verbo y Hombre verdadero.
Hoy día escuchamos desde varios frentes hablar de “Espiritualidad”, lo oímos en los ambientes sagrados y por igual en los profanos. Se lo escuchamos mencionar al profesor, al teólogo, al filósofo, al psicólogo, también en alguna conversación perdida de un tema sin mucho seso nos aparece el término.
Espiritualidad aquí, espiritualidad allá. Y, pudiera seguir dándole larga a este asunto, pero mejor aterricemos en el punto: ¿Qué es espiritualidad, a final de cuentas?
Tanto hemos escuchado hablar de espiritualidad que no sabemos a ciencia cierta a qué lugar pertenece puesto que desde distintos ámbitos reclaman su génesis. Como todas las demás sapiencias del ser humano, la Espiritualidad coquetea con la filosofía, esa que no era famosa puesto que todavía no habían nacido los sublimes “ad eternum” Platón y Aristóteles.
Sin embargo, antes de ellos había filosofía y de la buena. Por allá pudiésemos colocar el origen de la Espiritualidad como saber.
De ese origen incierto todos quieren una tajada y una participación en una noción que no se casa con ninguno y que a todos reúne bajo su encanto. La religión, la ciencia natural, la astronomía y también la astrología (a disgusto de algunos) se arropan bajo las cobijas de un término que para todos tiene algún sentido, más no se deja encasillar por más esfuerzo que hagan quienes de la “Espiritualidad” se han querido adueñar.
Libre y siempre en libertad, revolotear por los saberes humanos, pero no se quedará ahí en ninguno de ellos, puesto cuando la maya, cual guadaña sobre mariposa se cierna sobre ella, escapará revoloteando, libre y en libertad.
Lo que nos queda claro que la Espiritualidad es y será siempre diferente y distinta de la religiosidad, a veces tomara su mano con ternura y otras la soltara con premura, puesto que no caminara por los senderos de las doctrinas que anclan su independencia y espontaneidad.
Muchas religiones dirán en mí esta la verdadera “espiritualidad”, y ella a lo lejos las mirará y sonreirá.
Espiritualidad es una cosas y espiritualidades hay muchas. La espiritualidad es una sola, como lo es Dios, más sin embargo hijas engendrará en distintos padres y a ellas se les denominará “espiritualidades”. Unas con más sentido que otras, unas más auténticas que otras, pero todas serán y no serán a la vez; puesto que en cada una habrá un color del arcoíris refulgente de su madre.
Tan hija de la Espiritualidad es la espiritualidad cristiana como la espiritualidad judía. O para ser más incisivos tan espiritualidad es la “carmelita” como la “franciscana”, la “dominica” o la “ignaciana”; cada una con un padre: Francisco, Tomás, Juan de la Cruz, Ignacio… Habrá la espiritualidad clerical y la laical o diaconal y así un etcétera.
Unas vueltas que espero no te haya mareado porque entre las espiritualidades católicas hay una que las cobija y las congrega a todas, la Mariana. Es decir, la espiritualidad de María de Nazaret. La dulce niña de los ojos de Dios.
La acción del Espíritu, de ahí espiritualidad, fue tan especial en ella que no necesitamos la hindú o la esotérica de la nueva era, para transitar los caminos de la trascendencia, esa que abre las puertas del cielo al alma pura.
Este articulo ha tenido dos propósitos: el primero darnos un pasea conceptual por la espiritualidad como noción. Y el segundo, concentrar nuestra atención en María, la Dulce Muchacha de Nazaret, quien cual novel e inocente, transitó por los océanos más insondables de la más auténtica espiritualidad, es decir, se hizo íntima del Espíritu, el mismo que la fecundó en el vientre lo hizo con su alma.
El mismo Espíritu que sobre los apóstoles descendió para hacer fecunda su fe y su amor en Cristo Jesús, ahí con ellos y en compañía de algunas mujeres más, María:
“Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos” (Hch 1,14)
Esta espiritualidad pasa por la perseverancia, la constancia, la certeza y la plena confianza en el Amor de Dios, de quien se alimenta a través de la contemplación, la meditación, la oración y sobre todo el silencio que se guarda desde el alma para escuchar la suave, tierna y amorosa voz de Dios.
María maestra es del silencio y la escucha atenta. En María vemos que la espiritualidad es un camino, un itinerario en una palabra una “Vida”. Una vida que se vive en armonía y en franca apertura a la “inspiración” del Espíritu Santo que se mueve en el interior del alma-pensamiento-cuerpo y corazón.
Si bien es cierto, hemos de reconocer que, la inocencia de María al momento de la Encarnación no es la misma inocencia al momento de la Cruz, sin embargo entre una y otra hay algo en común: el Amor de Dios hecho acción, tanto en uno como en otro momento. Ese amor le permitió celebrar la Vida humana en la Encarnación y la Vida Divina en la Cruz, y así, poder ella misma sentir el Amor de Cristo vertiéndose sobre la humanidad en forma de reconciliación; una reconciliación que ella –María- viviría en la eternidad cuando Dios Padre puso su mirada de amor en ella: niña indómita de Nazaret.
Mirada la espiritualidad desde la vivencia de María, entonces podemos afirmar que “vivir espiritualmente” o “tener espiritualidad” es un camino siempre del alma hacia Dios, sabiendo sin necesidad de racionalizarlo que Dios, ya ha salido al encuentro del alma que se ha puesto en su camino. Este itinerario se hace bajo el signo de la fe, de la esperanza y su mayor impulsora será la caridad.
Una caridad no entendida como “dar cosas” sino como “darse a sí mismo”:
“he aquí la esclava del Señor” (Lc 1,38).
Este camino nos conducirá siempre, sin dilaciones, ni demoras a un crecimiento armónico de la humanidad contenida en nuestra propia naturaleza y la expansión de la divinidad dada como don Dios en el Bautismo de la Cruz y la Resurrección.
Esta espiritualidad María nos llevará por las alamedas de la divinización de nuestra humanidad, donde Dios aprovecha para humanizar su divinidad como lo hiciera históricamente en la persona humana de Jesús (Dios-hombre, humano-divino). María nos enseñará que el desafío no es ser grande conquistando riquezas, privilegios, honores y el beneplácito de los poderosos; sino que el camino verdadero será el desprendimiento total, dejarlo todo para ganarlo todo en Dios; aunque no se vea, no se palpe, no se sienta, ni se aprovechen inmediatamente los frutos de los últimos a ser los primeros (Cf Mt 20,16).
María nos dirá que la espiritualidad es dejarse conquistar por el Amor de Dios, aunque los proyectos de Dios sean insondables e inescrutables, por ello es necesario que la espiritualidad se retraiga a sí misma en la Oración, la Contemplación y el Silencio. No hay alboroto en la auténtica espiritualidad. Sólo silencio meditativo; silencio contemplativo; escucha silente de la voz de Dios.
En la Espiritualidad de María, no había certezas sino confianza, disponibilidad y apertura en libertad de espíritu. Pero esas virtudes de la vida espiritual de María sólo se alcanzan en el Silencio. Por tanto, la característica más hermosa de la espiritualidad mariana es el Silencio. Dulce Muchacha de Nazaret, enséñanos el valor del silencio que inspire nuestro amar a Dios en nosotros.
Yerko Reyes Benavides
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