"El ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María" (Lc 2, 26)
¿Te lo esperabas mi Dulce Niña de Nazaret?
Apenas has dejado el cobijo del paterno hogar
y en promesa habrías de desposar
a un buen hombre llamado José.
Sueños, casamentera eras, l
lenabas las noches de tu humilde lar,
suspiros, mirabas con esperanza al cielo para en él topar
con estrella fugaz para preguntar:
¿Será la Voluntad de Dios que forme un hogar?
Ajuar de bodas ya preparabas juan a tu madre Ana.
¿Qué tantas cosas había?
¿Qué tanto tenías para aportar?
Tu pureza y virginal inocencia eran la dote más valiosa que dar.
Quince a lo mucho dieciséis,
ya mujer, para emprender propio camino
lejos del terruño paterno, donde Joaquín y Ana quedaban.
Hogar que construir, familia que constituir,
seguir los principios y los divinos preceptos
de aquellos años extraños.
Desposada, más aún no casada.
Dios tocó a la puerta de tu alma.
¡Sorpresa!
Esposa, sí, pero antes Madre;
no de humano proceder.
La divinidad en ti fecundaría,
inmediato, respuesta esperaría,
para vientre virginal tomar,
semilla divina depositar.
Por ti, Dios caminará en el mundo
con pies de hombres, corazón fuerte,
en humanidad por ti concebida,
dada y entregada.
El Ángel del Señor, Gabriel, te visitó aquella tarde.
Abril sería, comenzaba la primavera,
clima de esperanza, tiempo de confianza;
otoño no podía ser: Dios es Vida,
y ahí en el jardín de tu cuerpo florecía,
Flor Divina, hermoso,
aunque cuerpo que ver todavía no poseía.
Dulce Niña, María de Nazaret
enséñanos el valor que hay que tener para a Dios decir:
"Heme aquí".
Un sí de valía como el tuyo: coraje,
confianza y amor
necesitan para ser dados a un Señor
que cambia por completo la vida,
siempre para mejor
aunque por valles de dolor haya que en su nombre transitar,
para al final, de una vez y por fin,
la luz de un nuevo amanecer contemplar.
Amor puro de su corazón, bondad y comprensión;
esencia de su ser ya en concepción entregado,
después de un Fiat, que por ti hoy también doy
para que Dios en corazón encarne como en vientre lo hizo en la historia,
amándote a ti hermosa Niña de Nazaret,
vuelva hoy por mí a nacer.
Yerko Reyes Benavides
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